Creo que me he vuelto loco. Me ha dicho el psiquiatra que la serotonina es la causante de éstas sensaciones mías de ver el mundo escapar tras la
cristalera de mi despacho. En un piso treinta y dos.
cristalera de mi despacho. En un piso treinta y dos.
No entiendo cómo es posible que mi
cerebro juegue así conmigo,
al ratón y al gato. Pero lo trágico es que ahora me siento ratón, y al gato se le estiran los bigotes y me
amenaza cada día con sus uñas afiladas y nerviosas,
cuando a lo largo de toda mi carrera el felino he sido yo, y eran los ratones de
mi empresa los que salían despavoridos por los pasillos, escondiéndose en sus
agujeros, al verme salir por la puerta de mi despacho. Yo los olisqueaba con
mis hocicos inquisidores y ellos corrían a sus cajitas y a sus monitores, sin
pestañear y con el rabo entre las patas. Me acercaba a ellos estirándome la
corbata y los puños de la camisa sin que ninguno se atreviese a levantar un ojo
de los índices Dow Jones, Nikkei, Dax 30, o simplemente de nuestra bolsa
ramplona del Ibex 35. ¡Qué tiempos aquellos! Apenas ahora tengo beneficios para
unas migajas de queso que no dan ni para pagar los sueldos de tres de los mejores
roedores que he podido mantener, tras despedir a todos los demás.
cerebro juegue así conmigo,
al ratón y al gato. Pero lo trágico es que ahora me siento ratón, y al gato se le estiran los bigotes y me
amenaza cada día con sus uñas afiladas y nerviosas,
cuando a lo largo de toda mi carrera el felino he sido yo, y eran los ratones de
mi empresa los que salían despavoridos por los pasillos, escondiéndose en sus
agujeros, al verme salir por la puerta de mi despacho. Yo los olisqueaba con
mis hocicos inquisidores y ellos corrían a sus cajitas y a sus monitores, sin
pestañear y con el rabo entre las patas. Me acercaba a ellos estirándome la
corbata y los puños de la camisa sin que ninguno se atreviese a levantar un ojo
de los índices Dow Jones, Nikkei, Dax 30, o simplemente de nuestra bolsa
ramplona del Ibex 35. ¡Qué tiempos aquellos! Apenas ahora tengo beneficios para
unas migajas de queso que no dan ni para pagar los sueldos de tres de los mejores
roedores que he podido mantener, tras despedir a todos los demás.
Odio la serotonina. Neurotransmisora repulsiva
de mi cerebro. La ha cogido manía, con lo bien que he estado siempre. Por qué
tiene que mandar una información errónea a la siguiente neurona para que todas conspiren
en mi contra y se revuelvan haciéndome la vida, la vida imposible.
de mi cerebro. La ha cogido manía, con lo bien que he estado siempre. Por qué
tiene que mandar una información errónea a la siguiente neurona para que todas conspiren
en mi contra y se revuelvan haciéndome la vida, la vida imposible.
Y por su culpa, cada vez que miro hacia el vacío
de la ventana, llegan a mi mente aquellos cuerpos cayendo desde las torres
gemelas. No me puedo quitar de la cabeza la tragedia del once de septiembre. Once
años ya. Hay que ver cómo pasa el tiempo. Será porque mi oficina está en una
planta treinta y dos y la agorafobia coincide con el descenso de los niveles de
serotonina. Será guarra. Desde que me he tropezado con ella, agazapaba en la
crisis bursátil, me invaden ese tipo de pensamientos suicidas que acaban con
uno. Lo sé. Y cómo no, ha que ser de género femenino; no serotonino, ni serontonio,
ni serojuan, que suena a colega descolgado de todas las stock options que me ha
quitado el consejo de administración por culpa, sin duda, de esos malditos
roedores que me han llevado a la ruina con su mal ojo y su falta de previsión.
de la ventana, llegan a mi mente aquellos cuerpos cayendo desde las torres
gemelas. No me puedo quitar de la cabeza la tragedia del once de septiembre. Once
años ya. Hay que ver cómo pasa el tiempo. Será porque mi oficina está en una
planta treinta y dos y la agorafobia coincide con el descenso de los niveles de
serotonina. Será guarra. Desde que me he tropezado con ella, agazapaba en la
crisis bursátil, me invaden ese tipo de pensamientos suicidas que acaban con
uno. Lo sé. Y cómo no, ha que ser de género femenino; no serotonino, ni serontonio,
ni serojuan, que suena a colega descolgado de todas las stock options que me ha
quitado el consejo de administración por culpa, sin duda, de esos malditos
roedores que me han llevado a la ruina con su mal ojo y su falta de previsión.
Menos mal que el extintor de detrás de la
puerta de mi despacho me puede hacer el favor, en cualquier momento, de romper la
cristalera y demostrarle al presidente de la compañía de que los gatos sabemos
perder como hombres.
puerta de mi despacho me puede hacer el favor, en cualquier momento, de romper la
cristalera y demostrarle al presidente de la compañía de que los gatos sabemos
perder como hombres.
Madrid, once de septiembre de 2012
4 Comments
Aurelio-René de Nicolás
… Yo a veces me siento un gato.
Mi más sincera felicitación!!!
http://www.facebook.com/#!/profile.php?id=100000319506815
Pues me ha gustado. Y mucho. Me recordó por momentos a Ruinas circulares, de Borges. ¿Quién de nosotros a veces se sintió gato, sin dejar ser nunca un ratón? ¡Enhorabuena!
Anónimo
Aunque el cielo esta nublado
y supuestamente tiene que empezar a hacer frío,
veras que las nubes también tienen curvas
que como las olas se rizan en espuma.
La decisiones son opciones de vida que nunca sabemos a donde nos llevan.
Me gusta tu escrito. Felicidades, Mercedes
David Ohayon
Anónimo
Pues me ha gustado. Y mucho. Me recordó por momentos a Ruinas circulares, de Borges. Quien de nosotros a veces se sintió gato, si dejar de ser nunca un ratón? Enhorabuena!