Torre de Hércules

Dicen que por la noche se ven brillos y luces en las ventanas de la torre, y que desde el mar y en la lejanía móvil y vibrante del agua, se refleja su único habitante. Hombre o mujer o niño o niña que se mueve de ventana en ventana como se mueven los planetas alrededor del sol. La luz naranja del ocaso se esconde entre los huecos horadados por el aire en la piedra de sus muros, que alumbra con su ojo de cíclope a los barcos que buscan la costa.
También dicen que un niño romano murió ahogado entre sus acantilados cuando la última piedra era puesta encima de las miles de piedras que la levantaron, y que el niño fue enterrado bajo los últimos fragmentos que empedraban el suelo. Y que ese niño, dicen, que ha crecido bajo la torre haciéndose un hombre, tan grande y fuerte que sus brazos y sus piernas se extienden por el suelo ahuecando la tierra, como raíces que buscan la humedad. Y que la península sobre la que la torre se alza, es el cuerpo del pequeño Hércules subterráneo que emerge a la superficie con las tres cabezas de Gerión en la mano. Y también, que ese hombre o mujer o niño o niña que va de ventana en ventana por las noches, y que ven los barcos desde el horizonte, casi desde América, es el alma del niño romano que vaga por la torre cuando subsuelo se duerme y el mar se oscurece.
Y que el faro es una estrella que se apaga, escondida en la retina del Hércules que alumbra el camino de los barcos perdidos que buscan el jardín de las Hespérides.

Homenaje a la Torre de Hércules de La Coruña al ser declarada
Patrimonio de la Humanidad

Mercedes de Vega
Madrid, veintinueve de junio de 2009

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