Para terminar este año 2011 complejo y difícil, escribo una minificción mirándome al espejo. A ver qué veo pasar por él en 365 días.
Nos seguimos viendo aquí, en Escribir…
Hay un reflejo de mi misma en el espejo.
He aquí un espejo, espejismo de una imagen que no es imagen más que en mi retina y en mi cerebro. Hay una cara que se desliza por esa imagen reflejada que se asombra de verse a sí misma: ésta cara tan vista y que me es extraña porque no me veo a mí, sino a la desconocida que me quiere mostrar el espejo.
Y me fio del espejo porque es anterior al hombre y a la invención de la imagen de la mujer que es reflejada en este espejo anterior al hombre, para mostrarme que la puerta de mi baño está abierta y también la otra puerta que la acompaña y que da a una escalera que sube, ahora, a ninguna parte; tras uno, dos, tres, cuatro peldaños y desaparece. Y ya no existe lo que hay al final de la escalera porque no entra en el espacio de mi espejo que me dice la verdad del mundo que cabe en él. Y no hace falta preguntarle para que me conteste, para que me enseñe que hay dos puertas abiertas y al final un tramo de escalera vacía, junto a la imagen de una cara que mira la escalera con la indiferencia de un rostro que espera, que no es bello ni todo lo contrario y se acaba de levantar para lavarse esa cara extraña y cepillarse los dientes con el sueño prendido en las pestañas.
Bah…, es el frío rostro de una mujer que mira dos puertas abiertas a su espalda y a su pedazo de escalera que no va a ninguna parte, por la que nadie sube ni baja, para ponerse a mi lado y decirme simplemente: te amo, espejo.