Edith, Danville, Virginia, 1967 © Emmet Gowin |
Si Hopper dialoga con el vacío y la soledad urbana, enajenando al individuo de cualquier rasgo espiritual, automatizando la vida moderna, como vimos en la inolvidable exposición de Madrid en el museo Thyssen Bornemitza, Emmet Gowin, ahora y hasta el 1 septiembre en la sala Azca, Fundación Mapfre, nos ofrece un viaje al intimismo sureño. Este fotógrafo de Danville (Virginia, 1941), enamorado de Edith, su mujer, hasta lo más íntimo, la retrata siguiendo la estela de la vida: desde su más tierna juventud a la madurez más realista: embarazada de su hijo Isaak, de espaldas, su rostro mil veces, bañándose en el río con los senos descubiertos con la misma naturalidad con la que uno se baña en el río de la vida, y decenas de retratos intensos, vigorosos y sinceros. Y de esto último entiende el artista que arrebata al tiempo su faceta más cruel: la de mostrarnos el paso de los años en cada instantánea en blanco y negro, y viradas en sepia con ese tono del tiempo pasado.
Me han impresionado todos los retratos de Edith Morris, en las formas más íntimas y cotidianas de la vida rural en su espacio americano y sureño. Y mientras me increpaba el realismo y la magia de lo natural, me venía a la cabeza la escritura de William Faulkner. Hay un hilo de seda que une a estos tres autores, cada uno en su disciplina estética: pintura, fotografía y escritura. Relaciones que no he podido obviar al contemplar la primera época de la fotografía de Emmet Gowin, que con un realismo que sobresalta, muestra su intimidad domestica para hacerla universal, haciendo de ella arte y sensaciones.
En la segunda parte de la exposición encontramos su segunda época: fotografía aérea, compromiso con la naturaleza y juegos de sombras que complementan el universo estético del fotógrafo que pasó por Granada, retratando también desde el cielo la tierra andaluza. Una sensacional exposición retrospectiva de Emmet Gowin en la Fundación Mapfre, Madrid.
Transcribo las propias palabra de Gowin como declaración del artista:
“Considero mi obra como varias hebras del mismo hilo. Mi evolución desde un enfoque intimista, centrado en la familia y en su entorno más inmediato hasta una toma de conciencia más amplia del paisaje y una aceptación de la era nuclear fue un paso natural y necesario para mí. Al retroceder en el espacio físico y mental, pude ver no solo que nuestra familia tenía un sitio en la Tierra y era sustentada por ella, sino que la tierra vegetal y biológica nos había hecho a todos.
Tuvimos nuestros orígenes en el sueño de las estrellas. Con el paso el tiempo nos convertimos en los pensamientos de la materia y en su conciencia”.
Transcribo las propias palabra de Gowin como declaración del artista:
“Considero mi obra como varias hebras del mismo hilo. Mi evolución desde un enfoque intimista, centrado en la familia y en su entorno más inmediato hasta una toma de conciencia más amplia del paisaje y una aceptación de la era nuclear fue un paso natural y necesario para mí. Al retroceder en el espacio físico y mental, pude ver no solo que nuestra familia tenía un sitio en la Tierra y era sustentada por ella, sino que la tierra vegetal y biológica nos había hecho a todos.
Tuvimos nuestros orígenes en el sueño de las estrellas. Con el paso el tiempo nos convertimos en los pensamientos de la materia y en su conciencia”.
Emmet Gowin. Fundación Mapfre. Sala Azca. Avenida del General Perón, 40. Madrid. Hasta el 1 de septiembre.