Parece que los críticos, empujados por las editoriales, unas verdaderamente valientes a la hora de publicar pequeños libros con grandes historias breves, y otras, las grandes, compitiendo con sus novelistas que se atrevan con la brevedad, están poniendo en valor el cuento como género.
Tras el largo reinado de la novela, que llena de tinta cientos y cientos de páginas para pescar al ansiado lector y lo embauca, lo seduce, lo hechiza con todas sus artes y sus malicias y lo zarandea entre su sus aguas profundas hasta casi ahogarlo por mil veces revolcándolo entre sus corrientes como si fuera un barco a la deriva, el cuento se asoma por la proa. La novela es un océano que mueve sus aguas atrayendo con sus cantos de sirena al tímido lector que se mire en sus reflejos, y le susurra al oído que cómo ella, no hay ninguna.
El cuento se está desperezando. Intenta hacerse un hueco en las listas de ventas, en los lineales de las grandes librerías, en los medios especializados y, sobre todo, entre el gran público, un público poco acostumbrado a las historias cortas, por muchos motivos. Uno de ellos es lo poco que cunde un librito de relatos; no el tocho de los cuentos completos de Chéjov, con dieciocho tomos, que no hay quien se los lleve a la playa. Otro motivo es «lo rápido que se leen», dicen muchos. «Que cuando lo acabas te quedas con cara de póker esperando más», dicen otros. «Lo poco que cunde por lo que pagas por ellos. Para eso me compro una novela que dura más», me dio a entender una conocida el otro día cuando terminó mi libro y me llamó por teléfono para decirme lo mucho que le habían gustado mis historias de acido surrealismo, «aunque tan cortas…», me susurró tras el auricular.
La verdad es que no supe que decir, me quedé aplastada sobre el asiento del sofá y no me dejó ni rechistar para interpelarme, para cuando la novela.
Pero el relato tiene su lector, el que busca intensidad y no rellenar el tiempo, ni las tardes aburridas de verano. El cuento te deja respirar, te permite cambiar de historia como quien cambia de zapatos cuando te aprietan, y sobre todo, te insta a leerlo de nuevo para aprehender todo lo que esconde (los buenos), si te atreves.
Este año se conmemora el 150 aniversario del nacimiento del maestro del cuento, y sobre todo del más prolífico escritor de relatos de toda la historia de la literatura, Antón Pávlovich Chéjov. Su herencia y su técnica son después de un siglo, modelo y estudio para todo escritor que se asome al relato corto. Y cualquier motivo es bueno para leer a este médico que tomó como amante a la escritura. Exceptuando algunos artículos en varias revistas de cultura, que han aprovechado la efeméride para lanzar los cuentos de varias editoriales y revalorizar a los escritores de relatos, nuestro Chéjov está pasando sin pena ni gloria por los ámbitos culturales de nuestro país. Me encantan sus personajes turbadores, alienados e incapaces de cambiar el curso de su destino en un espacio social indiferente al hombre, el mismo hombre que camina por nuestras calles, solo que viste diferente y lleva un móvil en el bolsillo.
Sin duda, lo cotidiano nos atrapa igual que al caballero y a la dama de la Rusia del siglo XIX, recién liberados de la servidumbre, pero nosotros no preparamos ninguna revolución, sino que ahondamos en el estancamiento de nuestra vida de sofá, playa y ordenador que busca historias largas para pasar el tiempo que se nos echa encima.
Nada como Chéjov para entrar en el cuento del siglo XX y disfrutar de la lectura maravillosa de El violín de Rotchschild, La dama del perrito, Las ostras, La corista, Aniuta, Tristeza, Velodia, El pabellón número 6, Vecinos, En la barbería….
Y como dice el refrán: lo bueno, si es breve, dos veces bueno, y para eso Chéjov.
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karlfm
No voy a entrar en análisis, para eso están los críticos y los editores así como otras especies de bichos a quienes les gusta más opinar que generar. Hablar de la brevedad es hablar del tiempo, de un espacio corto donde todo o nada puede ocurrir; no soy lector de novelas, me aburren, salvo contadas excepciones, porque se van por las ramas y descuidan la capacidad del impacto; como dijo en cierta ocasión Alejandro Dumas, “Todo cabe en lo breve. Pequeño es el niño y encierra al hombre; estrecho es el cerebro y cobija el pensamiento; no es el ojo más que un punto y abarca leguas”.
Lo breve debe ser rápido pero a su vez intenso, debe encerrar la perfecta capacidad de síntesis entre trama y ritmos porque en ese vaivén aletea precisamente todo su contenido. Desde el punto de vista del relato breve, la brevedad debería contener la fuerza del impacto instantáneo y un final que con una sola frase se sentencia el escrito.
Tu escrito me ha hecho trascender el marco del relato corto y me ha reconducido hacia otros estilos de brevedad, por ejemplo, la brevedad de la vida, ese extraño y desconocido intervalo que para unos representa mucho y para otros ni siquiera piensan en ella. En el mundo literario no se que empuja a un escritor a escribir. Tampoco se que decide la brevedad o la longitud o que hay detrás de un autor que decide escribir 2000 páginas para contar una historia y otro que con tan solo 50 te plasma la vida misma. Thomas Jefferson decía “No hay talento más valioso que el de no usar dos palabras cuando basta una”, quizás en alguna parte de estas palabras radique el por qué de los rechazos y los enamoramientos. En el magnetismo de esa realidad que nos cuentan radica la clave de permanecer atrapado o descolgado de la misma.
Retomando esa brevedad más amplia y que nos afecta a todos, la vida, Séneca afirmaba, aunque lo pueda parecer, que la vida no es breve sino que el individuo es quien la convierte en tal. Así es, uno de los motivos por los cuales se considera que la vida es corta es porque pocos saben aprovecharla. Séneca aconsejaba que no se debía perder el tiempo en investigar asuntos que en realidad carecen de importancia y, sin embargo, sí se debe aprovechar bien el tiempo propio: “Mientras tú estás ocupado, la vida huye aprisa”.
El pasado es el único tiempo que permanece con la presencia del individuo. Para Séneca, aquel que mejor vive la vida, es el sabio, ya que recuerda sabiamente el pasado, sabe aprovechar el presente y dispone el futuro. Esta unión de los tres tiempos, hace posible que la vida del sabio sea larga; y muy corta la de aquellos que se olvidan del pasado, descuidan su presente y miran al futuro con miedo y temor.
“La brevedad es una entelequia cuando leo una línea y me parece más larga que mi propia vida, y cuando después leo una novela y me parece más breve que la muerte”. Gabriel Jiménez Emán.
KarlFM.-
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