Por eso
del espíritu navideño he escrito un cuento de Navidad para
mis lectores que tan pacientemente han leído mi
blog durante este año 2012, animada a seguir en 2013. 
CENA DE NAVIDAD
En la cena de
Navidad tres adultos y dos adolescentes están sentados alrededor de la mesa. En
el centro hay un arreglo floral de mal gusto. Los crisantemos de plástico no
son flores apropiadas para una celebración y menos para una cena de Navidad.
Los hay blancos y amarillos. Observa somnolienta que el mantel dorado es de
papel, como las servilletas, decoradas con pequeñas guirnaldas rojas. Quizá un
poco recias y acartonadas por el tinte. Soportan mal el recubrimiento. Ésta es
la observación de Jennifer cuando se lleva la rígida servilleta a los labios
para limpiarse una gota de ese vino excelente que ella misma ha llevado. ¡Su
vino! Piensa que es lo único bueno de esa cena. Además, es el regalo de su jefe
como aguinaldo; una caja con cuatro botellas de vino de Borgoña porque a ella
le gusta el vino francés.  
Y su jefe lo
sabe. Él mismo lleva el Beaujolais nouveau al
apartamento de Jennifer los lunes y los jueves en una bolsa de grandes
almacenes, junto a una lata de foie, galletitas saladas, y de vez en cuando
otra de caviar beluga. Sobre las once de la noche se despiden y el jefe se larga
a su casa. Le espera su esposa, y sus dos hijos que no acaban de salir de la
adolescencia, o eso es lo que él repite constantemente como un disco rayado.
Jennifer es una chica que no se amedrenta ante los hombres casados, y le da
igual que tengan hijos adolescentes, recién nacidos o treintones en las filas
del paro. Porque Jennifer tiene dos novios más jóvenes que su jefe. Con
Jonathan va al cine los viernes, a pequeñas salas de cine de autor de las que
suele salir aburrida; y con Óscar los sábados espera largas colas en la calle
para ver películas de acción. De esta manera cree dividir su tiempo libre
de una forma equilibrada y justa, y eso le encanta. Desea estar así mucho
tiempo.
Lo que no le
encantó es que la esposa de su jefe llamara a la oficina una semana antes de
Navidad. Ella misma cogió el teléfono, con el esmalte de uñas todavía tierno.

–Buenos días,
señora Aguado –respondió, soplándose los dedos de la mano izquierda mientras
con la otra sujetaba el auricular–. Su esposo está en de viaje, ¿puedo ayudarla
en algo?
–Ya lo sé, Jennifer. No quiero hablar con él sino
contigo. Hoy me he levantado un poco mejor, y decidida a hacer el bien.
¡Estamos en Navidad!
–Usted dirá –respondió Jennifer abriendo su bolso.
No solía ponerse nerviosa cuando llamaba la mujer del jefe. Abrió el paquete de
tabaco y se encendió un cigarro sujetando el auricular en el hombro. Estiró el
brazo y abrió la ventana de la pequeña habitación.
–En fin, no sé cómo empezar –escuchó tras el
teléfono–. La quimioterapia me está matando. No voy a durar mucho, querida.
Pero creo que tú, sí. ¿Tienes suficiente espíritu navideño?, Jennifer.
–Sí, sí, claro. Creo que sí, señora Aguado –dijo
Jennifer aspirando el humo del cigarro. La oficinilla olía a quitaesmalte y a
tabaco dulzón.
–El espíritu navideño es fundamental para un buen
cristiano. Yo soy una buena cristiana. En casa intentamos ser buenos cristianos.
–Bien, bien, me alegro. Yo… en eso… –titubeó la
joven.
–Y como buena cristiana, quiero morir haciendo el
bien a mi familia. Y hay cosas que he de solucionar antes de morir. Porque me
voy a morir, ¿entiendes? Tengo dos adolescentes en casa y van a quedarse sin
madre, y un esposo del que no he de decirte muchas cosas… ¿Entiendes?
–Yo…, señora Aguado…. –a Jennifer se le atragantaba
el humo.
–No llamo para sermonearte. Quiero que me prometas
algo verdaderamente importante. ¿Me lo vas a prometer? ¿Me lo prometes? ¿Lo
prometes por tu vida, a una moribunda?
–Lo que esté en mi mano, señora Aguado. Se lo
prometo. Dígame…
–Lo sé todo, querida. TODO. Y también sé que vas a
saber cuidar de mis dos niños y de Juan. Sí, Juan, mi Juan, tu amante de los
lunes y los jueves. Pero no te guardo rencor, no creas Y para que lo sientas
así te invito a cenar en Navidad. Va a ser mi mejor acción. Tengo pensado una
presentación formal, ya verás, son encantadores…, e iremos preparando todo para
mi relevo. Va a ser una gran sorpresa. Estoy tan emocionada…
–Mire…yo… ¿No es una broma?
–¿Me lo prometes? ¿Me prometes que los vas a cuidar?
Venga, Jenny, van a ser mis últimas navidades. Por el amor de Dios…
–Tengo sólo veintisiete años. Yo no sabría cuidar…
de nadie.
–No te apures, Jennifer, ya lo sé. Yo me casé con
veinticinco, y a tu edad ya tenía a mis dos niños. Lo harás genial, estoy
segura. No seas tímida. A Juan le encantará. Ya verás. ¿Cómo no  le va a
gustar tenerte como madre de sus hijos, si le encanta acostarse contigo?
Además, la empresa va fatal y te necesita. No puedo morirme dejándolo solo,
con la ruina que tiene encima; y los niños en esta edad tan complicada… ¡Tienes
que hacerte cargo!
–¿Esto es una broma? Yo no estoy enamorada de Juan.
Ha sido algo… que ha sucedido sin querer… Yo…
–Querida, ya es hora de que te responsabilices de
tus actos y vengas a cenar a casa. Y acuérdate de traer el vino. He ido esta mañana
al banco a cobrar un cheque y no había fondos, seguro que tienes en casa
botellitas de esas de mi marido. El foie lo pongo yo, todavía me queda algo de
dignidad.
–¿Todo esto va en serio? Si nunca he cuidado de
nadie. ¡Juan tiene más de cincuenta años! Soy muy joven para… No puedo, señora
Aguado. Esto es un disparate.
–Mira, Jenny, te quedas con mi coche y con mi casa;
hipotecada, pero en una buena zona. ¡Y dos hijos y un marido! ¿Qué más puede
pedir una chica de barrio de veintisiete años?
–No amo a Juan. Nunca he querido tener hijos
–contestó Jennifer encendiendo otro cigarrillo. Le templaban las manos–. No
está en mis planes…
–Si no cumples con tu obligación nunca madurarás,
Jenny. Si abandonas a mi familia llevarás sobre tus espaldas la Cruz de Cristo.
Y sus espinas se te meterán en los ojos y morirás ciega. Eres cruel, Jennifer.
No tienes ningún espíritu de Navidad. De la Sagrada Navidad. ¡Arrivederci!,
Jenny.  No nos falles.

La esposa del jefe colgó y éste no llamó en todo el día. Jennifer no pudo
dormir esa noche. Se levantó varias veces obsesionada con la idea de vivir
con ese hombre y sus dos adolescentes. Seguro que con granos en
la cara y auriculares en las orejas con la música a tope. Juan estaba
gordo y llevaba tirantes. Y no era un gran amante. Pensó con tristeza en la
juventud de los dos muchachos con los que frecuentaba los cines de la
ciudad. Por la mañana en la oficina
trabajó muy desanimada. No dijo nada a su jefe sobre la llamada telefónica. Ni
le recibió en su apartamento al siguiente lunes. El jueves era Navidad y debía
hacer compras y arreglarse un vestido para las fiestas.


En la cena Jennifer piensa que no ha comprado
regalos para nadie. Y recorre con la vista los crisantemos de plástico cuando
escucha a uno de los adolescentes llamarla mami.

–¿Me pasas las huevas de lumpo, Jenny? –dice el otro
hermano– Creo que papi no ha podido comprar este año otras mejores.
En el tocadiscos suena la Pasión según San Mateo desde hace tres horas. Jennifer odia
la música sacra, y le recuerda una deprimente película de un director ruso de
la que salió terriblemente deprimida, y acabó discutiendo con Jonathan. Está
mareada y tiene los ojos irritados. Y a punto de llorar. Ha tomado más de cinco
copas de vino francés entre el marisco congelado y el pavo correoso. Alguien
sirve copas de Cava para todos.
–¡Brindemos por Jennifer! –grita la familia al
completo, poniéndose de pie.
–¡Y por papá!– Añaden los dos adolescentes a una
sola voz.
–¡Te queremos, Jenny! –interviene la voz gritona de
la mujer del jefe, dirigiéndose a su marido y a la joven que parece estar ebria
y a punto de desplomarse de la silla, y añade:
–No hace falta que esperéis a que me muera.
Los cuatro levantan las copas para brindar por la
nueva pareja y desear a Jennifer una Feliz Navidad.

  
Madrid, 14 de diciembre de 2012

1 Comment

  • Anónimo Posted 16 diciembre 2012 6:20 pm

    Feliz Navidad con cena y sin cena, y para que sea como la de tu cuento, me quedo en casa. Un saludo,
    Jocker

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